Friday, March 15, 1996

NACIDO EN EL LAGARTO

Vine a este mundo en una cálida mañana de junio, el día de San Antonio... Pero ¿A qué mundo vine?
Llegué a un mundo bipolar y conflictivo, con una Europa dividida en dos por “La Cortina de Hierro”, con dos superpotencias nucleares, dos ideologías opuestas luchando en todos los campos y la Guerra Fría floreciendo en un planeta donde solo había capitalismo o socialismo, imperialistas o comunistas. Todo lo que se movía en la arena internacional giraba en torno a la consabida controversia EEUU Vs URSS.
Y dentro de ese mundo, nací en el país de socialismo tropical; único punto del globo terráqueo donde se cruzan las coordenadas del comunismo y del sabor criollo. Exótico entre los socialistas por ser caribeño y exótico entre los caribeños por ser socialista, el "Primer territorio libre de América", según anuncia la radio nacional, es tan dsitinto, que es de otro planeta. En Cuba las cosas más absurdas son perfectamente comunes y comprensibles y las cosas más normales y lógicas son totalmente imposibles e inexplicables, provocando un cortocircuito en la mente de los visitantes extranjeros. Los pobres... ¡Ellos si son de este planeta!
Vine en plena explosión demográfica de los años 60, cuando las promesas del gobierno cubano de educación para todos y atención médica gratuita, los empleos fijos, la llamada estabilidad política y las buenas perspectivas económicas proclamadas en aquel entonces, hicieron que muchas parejas se decidieran a crear un hogar y fomentar una familia ayudados por las garantías que les prometía la revolución. Fui uno de los millones de bebés que llegaron en esa avalancha que constituyen hoy la parte más ancha de la pirámide de población cubana, a pesar de que muchos de ellos viven fuera del país.
Soy de la generación de las Escuelas al Campo y las Escuelas en el Campo, algo posterior a la era de los Beatles. Tuve una infancia llena de actividades pioneriles, cantos revolucionarios, marchas, desfiles, y actos que finalizaban invariablemente con el lema de "Pioneros por el comunismo, ¡Seremos como el Che!". Luego con la adolescencia, llegaron las "descarguitas" con música de los ABBA, Bee Gees y Boney M, en la que bailábamos sin parar, tomando solo agua, hasta las 11 ó las 12 de la noche, para entonces ver La Película del Sábado en la TV y luego salir a la calle a comentar el filme con los amigos y vecinos. Muchos de los de mi edad encontraron la muerte en las sabanas africanas, donde fueron enviados por el gobierno cubano a hacerle la guerra al ejército racista de Sudáfrica o a las bandas contrarevolucionarias que habían diseminadas por toda la meseta africana. Otros invadimos los centros de educación superior de los países socialistas de Europa para volver, algunos, al poco tiempo sin haber llegado a la meta. Los más afortunados logramos seguir hasta el final y regresar a casa blandiendo los títulos en alto como apreciado trofeo. En mi curso empezamos cinco cubanos y solo terminamos dos. La mayoría quedó a lo largo del camino; pero incluso muchos de los que llegaron a graduarse, hoy incrementan las filas del ejercito de desempleados con alta preparación profesional, que se formó producto del llamado “Período Especial” y de la caótica organización del país de la economía planificada. Jóvenes inteligentes y calificados con sueños frustrados y perspectivas inciertas.
Crecí dentro de ese agiaco único del comunismo tropical, el país del guarapo y del bloqueo, del ron y de la crisis de los misiles nucleares, de los mundialmente famosos habanos y de las Milicias de Tropas Territoriales, de la fobia homosexual “machista-leninista” y de las locas travestíes de La Habana. La tierra del azúcar y de José Martí, de la leyenda del Che Gevara y del son, de la comida racionada y las mulatas exuberantes de Tropicana, de los balseros desesperados y de los carnavales, del bolero y de las palmas reales, de las movilizaciones cañeras y de la Guantanamera, del apartheid turístico y de la medicina gratuita. Un país extremadamente politizado y carismático, caótico y hermoso, imperfecto y alegre, simple y conflictivo, increíble y real.
En Cuba se canta La Internacional en los actos oficiales y se baila salsa en la calle, las Navidades las fueron eliminando sutilmente por su sentido religioso (... hasta que llegó el Papa y mandó a parar); sin embargo el 1 de enero se celebra oficialmente no solo el año nuevo, sino un aniversario del triunfo de la Revolución Cubana. En esa geografía irrepetible que parece un lagarto verde en el medio del Mar de las Antillas, se habla de construir el socialismo junto a palmeras exóticas y se organizan marchas y actos revolucionarios que logran reunir a un millón de personas bajo el implacable sol tropical. Cabe preguntarse: ¿En que otro país del mundo esas cosas son normales?
El mejor comentario sobre esos actos multitudinarios se lo oí decir a un guagüero(1) de la ruta 64 en Centro Habana. Yo viajaba en aquel bus lleno a tope, con gente colgada de las puertas y de las ventanillas. El chofer no paró en la parada de San Lázaro; pero el semáforo de la calle Infanta tenía luz roja, por lo que tuvo que detenerse. Una oleada humana se lanzó al abordaje con serias intenciones de penetrar en la ya de por sí atestada guagua y de paso emplearon las energías restantes en insultar al conductor por haber violado la parada. El chofer airado les gritó:
­ ¡A mi no me digan nada!. Vallan a La Plaza y díganle al jefe del negocio este, como es que está de verdad el transporte. ¡Sigan aplaudiendo y diciéndole que si a todos sus discursitos, que dentro de poco no van a haber ni guaguas!
Las palabras de guagüero fueron proféticas: un año después, en 1993, se acabó el problema con las guaguas... ¡Ya no había guaguas! La gente se movía a pie o en bicicleta, pues los pocos ómnibus que aún circulaban, eran incapturables. Tengo una foto de la calle 23 del Vedado, una de las más céntricas de La Habana, un domingo por la tarde. Se podía jugar pelota en el medio de la calle, pues no se veía un auto por todo aquello.
El cubano, extraterrestre al fin y al cabo, es increíble: Va a La Plaza de la Revolución de La Habana a gritar "Socialismo o Muerte" llevando puesto unos jeans comprado de contrabando y una camisa que le mandaron "del norte" sus parientes en Miami. Es capaz de bailar una rumba en saludo al cumplimiento del plan de producción de su fábrica; aunque le importe un pito la producción y hacer el amor con una compañera de trabajo en el local de la juventud comunista del cual "un socio" le prestó las llaves. Discute sobre política mientras se baña en la playa, lo cual no le impide oír "Radio Martí"(2) la noche que tiene la guardia del CDR (3) En fin, que el cubano está en misa y en procesión.
En una de esas soleadas tardes de andar La Habana Vieja, conocí a una simpática señora de ojos pícaros, piel canela y ademanes expresivos, que luego de narrarme la más jocosa y original versión libre de la historia de Cuba y de la cultura afrocubana que yo haya oído jamás, me explicó en cinco minutos su palestra filosófica bajo la frondosa Ceiba del Templete:
- Por la mañana voy a ver a mi padrino para que “me eche los caracoles” y me dé una buena “limpieza”(4), por el mediodía voy a las misas de La Catedral que últimamente se están poniendo muy buenas. Por la tarde a veces voy al Centro Judío -allí se come muy bien, tu sabes-; pero no me quedo mucho rato, pues por la noche tengo reunión del núcleo del partido. Niño, esto es como el perro: ¡Cuatro patas y un solo camino!
El cubano es afable, simpático, machista, pícaro, exagerado, conversador de palabra fácil, divertido y alardoso como todos los latinos; pero al mismo tiempo es sincero, solidario y “le tira una mano” desinteresadamente al que lo necesite, como era en los antiguos países socialistas. Desgraciadamente esto ha cambiado bastante con la agudización del “Período Especial”, tan especialmente insoportable para millones de cubanos. La gente se ha vuelto mas interesada por lo material y más triste, producto del estrés diario en la lucha por la supervivencia. El cubano sigue siendo extraordinariamente carismático es criticón y al mismo tiempo orgulloso de su país. Como dijera José Martí: "Nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino". Esta mentalidad hace posible que Cuba sea el país con más orgullo nacional por metro cuadrado del mundo.
Es admirable la capacidad del cubano de reírse de sí mismo, de no dejarse agobiar. Consignas como "La guerra de todo el pueblo", "El enemigo está en todas partes", "Combatir las desviaciones ideológicas" y "Formar las Brigadas de Acción Rápida" son parte de la vida diaria. Pero esas “tareas”, el éxodo masivo de cubanos de la isla, las reuniones interminables analizando problemas insolubles y la eterna lucha diaria para conseguir el pan nuestro de cada día, no hacen mella en la picardía criolla. Todo se soluciona sencillamente con “no coger lucha” y sonreírle a la vida.
Si el país y su gente son fuera de lo común, no menos podía serlo su presidente. Viajando por el mundo he conocido personas para las cuales CUBA, esas cuatro letras enlazadas en tan singular palabra aborigen, no significan absolutamente nada. Sin embargo todavía no he encontrado a alguien que no halla oído hablar nunca de Fidel Castro; es casi tan conocido como la Coca-Cola, solo que es una Coca-Cola política. Ya sea para insultarlo o alabarlo, para destruirlo o endiosarlo, lo cierto es que su nombre ha circulado en los titulares de la prensa de todo el planeta desde finales de los años 50. Con sus apasionados y kilométricos discursos, sus frases elocuentes y sus consignas radicales de "Patria o Muerte" y "Socialismo o Muerte" ha provocado todo tipo de controversias y sentimientos que van desde la idolatría y admiración ciega de sus seguidores pasando por la risa de los espectadores, que lo consideran un dinosaurio político en vías de extinción, hasta llegar al repudio y al odio a muerte de sus enemigos, la mayoría de ellos fuera del país. Lo que nunca han suscitado sus comparecencias es la indiferencia.
Ha recibido miles de elogios, apodos y agravios que van desde "El gran político del siglo XX", pasando por "La mujer barbuda", hasta "El dictador sanguinario". Solo los extranjeros lo llaman Presidente o Castro. Para los cubanos es simplemente Fidel. En Cuba lo han bautizado de muchas maneras: “El Fifo”, “El Uno”, “El Caballo”; pero lo que está de moda es mentarlo sin nombrarlo:
-"Quien tú sabes" nos tiene la vida hecha un jogurt.

En realidad no hace falta nominarlo, se sobreentiende para todo el mundo en un país donde "El Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz", como lo anuncia la prensa oficial, lleva en el poder casi medio siglo. Ahí radica precisamente mi mayor preocupación: No quisiera morirme antes que él. Sería perderme el capítulo más apasionante de la historia antillana: Cuba sin Fidel Castro. ¿Que va a pasar entonces? Esa pregunta se la hacen hoy millones de personas y es una de las grandes incógnitas del mundo actual. Espero que la curiosidad me mantenga vivo hasta entonces, sino sería como apagar el televisor sin haber podido ver el capitulo final de una largísima telenovela. Es como una gran obra de teatro, que ya dura 45 años, con diez millones de actores que no dicen lo que piensan o que no piensan lo que dicen y un director general que lo controla todo desde hilos invisibles como lo ilustra un chiste de finales de los ochenta:
El presidente Ronald Reagan manda a infiltrarse en Cuba a un agente de la CIA. El espía regresa completamente loco, solo decía „¡No entiendo!“ El presidente lo va a ver a la clínica donde estaba ingresado y el agente le explica:
- En Cuba no hay desempleo pero nadie trabaja, nadie trabaja; pero la prensa dice que las fábricas sobrecumplen los planes, las fábricas sobrecumplen los planes; pero las tiendas están vacías. Las tiendas están vacías; pero todo el mundo se compra ropa extranjera. Todo el mundo tiene ropa extranjera; pero todo el mundo protesta. Todo el mundo protesta; pero todos dicen en las reuniones que están con Fidel. ¡No entiendo! ¡NO ENTIENDO!

Y así, en medio de ese país inexplicable, rodeado por esas gentes increíbles y regido por ese presidente tan discutido, fue que empecé a gatear, a dar mis primeros pasitos y a caerme de nalgas, para luego pararme y seguir andando. Todo eso estuvo rociado con abundantes dosis de “pipi” y “caca”, las cuales, por suerte, si son de este planeta.
Marzo de 1996
1- Guagua: bus, ómnibus, “Monstruo rodante de las Antillas”. Guagüero: chofer del bus.
2- Radio Martí: Emisora de radio que trasmite desde los EE.UU. especialmente para Cuba.
3- CDR: Comités de Defensa de la Revolución. Se encargan entre otras cosas de la vigilancia de los vecinos en la cuadra.
4- "Limpieza": Nombre popular a un rito de los Orichas (religión afrocubana
)