Friday, October 16, 1998

LA CEN: VAMPISOL, TERTULIAS Y NEURONES

Visité por primera vez la Central Electro Nuclear (CEN) de Juraguá cuando aún estudiaba en Moscú y estaba en Cuba de vacaciones. Al arribar a aquellos lejanos parajes, un antiguo compañero de estudios me dio una explicación general sobre "La obra del siglo", como le llamaba la prensa cubana, quizás porque se han pasado un siglo construyéndola y aún no esta lista. Yo estaba acostumbrado a las enormes armazones de metal y hormigón de la antigua URSS donde todo es de proporciones descomunales y los kilovatios se cuentan por millones, por eso en contraste con la opinión general, esta „centralita“ me pareció de juguete. Pude subir a lo alto del edificio de la empresa de proyectos y deleitarme viendo aquella coraza de hormigón con las gigantescas grúas envueltas por una densa nube de polvo y más allá los destellos de las inquietas olas del mar.
Conocí personalmente al director de la CEN cuando estaba escribiendo mi trabajo de diploma en Moscú y fui invitado a una actividad para estudiantes en la embajada cubana. Como atracción principal, nos presentaron un video muy interesante sobre la CEN de Juraguá, que nos fue comentado por el propio director. Luego nos habló un funcionario de unos 50 años de edad, de un metro de alto por otro de ancho, cuya pronunciada barriga denunciaba las toneladas de cerveza que debía haber ingerido en su vida. Su explicación nos dejó perplejos por sus amplios conocimientos geográficos, al ubicar a la islas Hawaii en el Caribe. Después me enteré que el antes mencionado erudito era el jefe del sindicato obrero de la CEN. Pero el hecho de saber tanto de física nuclear como yo de cosmonáutica, no le impidió darle unas cuantas vueltas al globo, visitando centrales nucleares en todo los continentes, lo que unido a sus profundos conocimientos científicos e idiomáticos, hacían posible que tuviera el más perfecto desconocimiento sobre todo lo que había visto y donde había estado. En aquella oportunidad, yo le hice al director varias preguntas sobre la seguridad de la CEN, pues ese era precisamente el tema de mi diploma. Él, asombrado de que alguien pusiera en duda la sacrosanta seguridad de la central, me sugirió cambiar el tema del diploma "por razones políticas" y me invitó a un despacho con el jefe del Dpto. de Seguridad Nuclear, que también estaba en Moscú ese día. Nunca olvidé ese encuentro y parece que el director tampoco, pues siempre que me veía me saludaba por mi nombre a pesar de que en la CEN laboraban más de 20 mil trabajadores. Siempre fue muy amable conmigo y para asombro mío no puso trabas cuando presenté mi solicitud de salida del país. Algunos han tenido que esperar varios años para recibir la autorización y otros sencillamente no la han recibido aún.
Mi ubicación en la remota CEN de Juraguá al terminar mis estudios, no fue para mí ninguna adversidad. Yo había vivido en Cienfuegos y desde niño era un gran admirador de “La Perla del Sur”. Tuve además el gran privilegio de poder trabajar en lo que había estudiado. Mucha gente, gracias a las divertidas sorpresas de la economía planificada, estudiaban para turbineros y los ubicaban en la chimenea, o estudiaban tratamiento de agua y los mandaban para la subestación eléctrica, en fin: "cosas de mi país"
Me situaron en un departamento ubicado en un estratégico edificio de "La obra del siglo", pues era de los más alejados de la galáctica y perpetua nube de polvo que cubría la obra en construcción. Ubicado cerca de la carretera de acceso, el edificio estaba rodeados de jardines bien cuidados (increíble; pero cierto), sobre todo por la parte delantera, que era donde desembarcaban las visitas de alto nivel.
Allí pude conocer no solo a “eruditos de los neutrones”, como el ya mencionado jefe del sindicato, sino a gente realmente maravillosas, competentes y muy trabajadoras. Una de ellas fue la traductora de inglés, toda una Lady, de amplia cultura y gran profesionalismo. Se bajaba de la polvorienta rastra del transporte obrero, con la elegancia y el porte, de quién desciende de la limosina de la Reina Isabel. Le bastaba sentarse a la máquina de escribir, para empezar a teclear las traducciones a una velocidad impresionante y con perfecta ortografía en ambos idiomas, sin necesidad de notas o borradores.
La jornada laboral era lo más entretenido del día, por el ambiente de camaradería que se respiraba entre mis compañeros de trabajo. Sería largo describirlos a todos; pero no puedo dejar de mencionar a mi Jefe de Grupo, que resultó ser un especialista brillante y al mismo tiempo un eterno enamorado de „las ninfas en conflicto“ y un profundo conocedor de las relaciones humanas. Otro gran personaje era la mulata jacarandosa, inventora de la "Sandunga Nuclear" a quien un día le preguntaron quien era su esposo y respondió, más con los gestos que con el habla:
- Cuando tu veas a un mulatico „irresistiiiiiiible“. ¡Ese es mi marido!
-¿Y donde está?
- Bueno- agregó con una mirada llena de picardía y resignación a la vez- está „tan irresistible“, que se fue para La Habana hace una semana y no he vuelto a saber de él.
LAS TERTULIAS de mi departamento fueron algo muy memorable. Brotaban muy espontáneamente, salían de la nada como por arte de magia. Podían comenzar con una simple pregunta de trabajo sobre el sistema de tuberías de la caldera de arranque o comentando la telenovela de la noche anterior. Solo hacía falta una chispa, un destello para que en esa masa humana altamente inflamable se propagara la llama de la conversación a la velocidad de la luz. Los diálogos giraban alrededor de los temas más diversos. Se discutía con la misma seriedad sobre el método más adecuado para hacer el cálculo hidráulico del reactor o sobre de que color se debía pintar la puerta del baño de hombres. Pero todas las tertulias tenían un punto en común: en ellas se decían frases célebres, se contagiaban las sonrisas y, si no eran interceptadas por el Jefe del Departamento, se convertían en verdaderos simposios culturales. Como todo acontecimiento humano en evolución, las tertulias se fueron perfeccionando, incluso venían gentes de otros departamentos a participar en los debates, dándole más calidad a estos encuentros que llegaron a tener la condición de "internacional" cuando participaban Eva la checa y las rusas del departamento de traducciones.
Pero lamentablemente nada en el mundo es eterno y nuestro jefe para ahuyentar estas visitas y evitar las tertulias, puso un cartel en la puerta:
"SI NO TIENE NADA QUE HACER, NO LO VENGA A HACER A AQUI"
Apenados y arrepentidos nos pusimos a reflexionar sobre el cartel que había puesto el jefe... formándose así la próxima tertulia.
La vida en la CEN se fue deteriorando a ojos vista con la llegada del llamado „Período Especial“, pues el HAMBRE (así, en mayúsculas) empezó a hacer sus estragos. Yo trabajaba con un ojo en los documentos escritos en ruso y con otro puesto en la cafetería, para cuando al grito mágico de "¡MeriendaaaaAAA!", la gente saliera en manadas a ... ¿merendar ?, yo ir a ver que se me pegaba. Si era un día de suerte lo que se me pegaba... al cielo de la boca, eran las croquetas "Cielito Lindo" con su inconfundible sabor a intrigas. Pero cuando el sol tropical nos castigaba con toda su fuerza, la frase ¡Llegó el VAMPISOOOOL!, era la que más fuerte hacía later nuestros corazones.
La palabra “Vampisol” no está, aún, ni en la más completa enciclopedia de la Real Real Academia Española; pero con toda seguridad lo estará en el futuro. El Vampisol era un líquido amarillento viscoso, cuya composición química igual que la de las antes mencionadas croquetas espera por los últimos adelantos de la física molecular para poder descifrarse. No se sabe a ciencia cierta donde y como surgió ese fluido, vamos a decir que "refrescante", ni como fue que llegó a parar a La CEN, para luego ser acuñado bajo el retorcido nombre de Vampisol, salido del film "Vampiros en La Habana". Dicha película es una comedia en dibujos animados que trata sobre un vampiro que llegó al Caribe y produjo una fórmula milagrosa y secreta que hacía inmunes a los vampiros contra el ardiente sol tropical, permitiéndoles bañarse en la playa y disfrutar de todas las bondades del trópico. Así, "por pura casualidad", bautizaron con este exótico nombre al no menos misterioso e impenetrable refresco. Cómo se preparaba este jarabe, era casi secreto de estado, lo que sí era de dominio público eran las kilométricas colas que se formaban para paladear la única cosa “potable” que se ofertaba en la CEN. Aún está por descubrir si este preparado tiene realmente propiedades milagrosas para los vampiros, o convierte en vampiro al que se lo tome. El caso es que el brebaje tuvo un éxito tan grande como el misterio de su composición química y formaba parte integral de la vida de la CEN, jugando así un papel inapreciable en el desarrollo de la energética nuclear en Cuba, al punto de comentarse que el refrigerante del reactor no iba a ser agua demineralizada, sino "eso"... Vampisol.
Pero a pesar de las croquetas Cielito Lindo y del Vampisol seguí bajando de peso y un día por la mañana me desmayé del hambre, a pesar de lo crecidito que yo estaba. El doctor me diagnóstico que tenia la glucosa baja. Traducción: falta de comida. Aun conservo una foto que me tiré en aquellos días. En el retrato me parezco a una de las víctimas de las sequías en Africa.
La alimentación en la CEN era tan precaria, que al llegar del trabajo, podía dar una mina de oro por un pedazo de pan, que no lo encontraba. Era tan difícil conseguir “el pan nuestro de cada día”, que los niños al salir de la escuela, en vez de ir a jugar, salían directos para la panadería a esperar que fueran las 7 de la noche, cuando vendían por la libre los sobrantes del pan racionado de la cuota. El problema era, que incluso ni la gente de la cuota que llegaba de últimos, alcanzaba pan. El único supermercado de la llamada "Ciudad Nuclear" (tema de otro cuento) estaba con los estantes tan vacíos como nuestras barrigas. A medida que se recrudecía el "Período Especial" (otro término que se las trae), iban desapareciendo hasta los pomos de ajíes encurtidos y sardinas en lata que hasta hacía poco eran mirados con desdén. Pero teníamos un gran privilegio: era el único lugar en muchos kilómetros a la redonda donde había paquetes de café molido por la libre. Estuve unos meses explotando ese oasis cafetalero hasta que por fin llego el día: ¡No había ni café! Este fenómeno pasó a la historia bajo el nombre científico de „Dieta Juraguá“, como se le conoce en los círculos académicos.
Producto de esta “Dieta”, la comida empezó a convertirse en el tema central de las tertulias, transformándolas en clases magistrales de masoquismo gastronómico:
- ¿Te acuerdas de los pastelitos que vendían hace 2 años en el merendero?
- Antes en los carnavales sí se divertía uno cantidad: ¡Vendían bocaditos de carne de puerco!
- La actividad tuvo muy buena calidad. ¡Fíjate que dieron merienda y todo!
Pero Eva la checa, fue la que le puso la tapa al pomo. Un día se me acercó con cara de cómplice y me dijo en su inconfundible acento eslavo:
- Ahora yo si estar segura de que lo de mi novio es en serio: ¡El regalar para mí una lata de puré de tomate!
Conmovido ante semejante prueba de amor eterno, esta vez fui yo el que puso un cartel:
"PROHIBIDO HABLAR DE COMIDA".
Septiembre de 1996

Thursday, October 15, 1998

LA ALDEA NUCLEAR

- Esto es como Macondo: nunca llueve; ¡Pero cuando llueve!
Mientras oía estas palabras, salidas del fondo del camión donde viajábamos, el letrero de "Ciudad Nuclear" pasaba frente a nosotros a modo de bienvenida. La comparación con Macondo, el fantástico pueblo del libro “Cien años de soledad” de Gabriel García Marques, no estaba falta de razón. Después de bajarnos polvorientos del transporte obrero, me puse a pensar en las grandes sequías e inundaciones que los “nucleareños” (habitantes de la ciudad) han tenido que soportar.
Cuando llegaban las torrenciales lluvias de mayo, el árido panorama de la zona, donde solo los árboles espinosos se atrevían a crecer silvestres, era sustituido por “El lago de los cisnes” (o “Charcos de los paticos”, según he descubierto en crónicas más recientes) y los niños podían dedicarse al sano entretenimiento de los deportes náuticos, acompañados por todo un ejército de sapos, ranas, renacuajos y otras formas de vida anfibia con la honorable excepción de los cocodrilos que, hasta donde he podido averiguar, nunca se aventuraron a ir de excursión por aquellos parajes.
En realidad las sequías que más nos castigaban, se debían no tanto a la falta de lluvia, como a la falta de agua potable, la imposible H2O del acueducto, que casi siempre venia a hacer de sus travesuras cuando no estábamos en casa, sino trabajando en la Central Elector Nuclear (CEN) de Juraguá a unos cinco kilómetros de dicha ciudad. Para solucionar esta sequía, Pablito, el genio de mi departamento, nuestro “Querido Pablo”, elaboró una brillante estrategia. Se apresuró a crear todas las condiciones para cuando a su majestad el agua se le ocurriera hacer su entrada triunfal, darle un merecido recibimiento, basado en el refrán “Agua que no has de beber... échala pa´l tanque”.
Así “Pablito el genial”, se las ingenió (y valga la redundancia) para conseguirse un tanque de cincuenta y cinco galones, donde almacenar la mayor cantidad posible del preciado líquido. Después de varias peripecias que prefiero omitir, su eminencia pudo colocar orgulloso y reluciente dicho tanque en el balcón de su apartamento. Instaló todo un laberinto de mangueras y llaves para garantizar que cuando el agua asomara el moño ¡Zas! ... atraparla y que fuera a parar sin dilaciones al fondo del tanque y una vez dentro, el fluido universal no tuviera posible escapatoria. Como todo buen científico, nuestro amigo calculó todos los posibles ángulos de entrada y de salida, la velocidad del líquido, la corrosión del metal del tanque según el espesor de la capa de pintura, la presión de acuerdo con las fases de la luna, la viscosidad según el estado de ánimo de los trabajadores del acueducto, la resistencia dinámica, el coeficiente de transmisión del calor y hasta hizo sus pequeños aportes en el campo de la teoría de las probabilidades. Solo tuvo el pequeñísimo error de que, a falta de un sostén más adecuado, utilizó el palo de bayeta para apuntalar el tanque y evitar que este se fuera de lado.
Al otro día, luego de contemplar paternalmente su obra maestra, Pablito se fue a trabajar para la CEN y abandonó la legendaria Ciudad Nuclear. A las dos de la tarde el agua hizo acto de presencia...
Y pasó el tiempo y pasó un águila por el mar y mucha agua por la manguera, hasta que nuestro débil amigo, el pobre palo de bayeta, tuvo que declararse impotente y ceder en su desigual batalla contra la inviolable ley de gravitación universal. Esto provocó un inevitable aterrizaje forzoso del tanque de agua en el balcón, que se vino abajo con su respectiva tonelada de agua, lo que según la ya comprobada Teoría de Causa y Efecto, ocasionó la subsiguiente inundación del balcón y de las habitaciones más próximas e invitó a la natación a sillas, sillones, butacas y otras pertenencias que se encontraba situadas en los planos bajos del apartamento. Desde entonces este recinto fue bautizado con el deportivo nombre de “La Piscina de Pablito”, obligado punto de referencia y peregrinación de los visitantes de la zona destinada a los llamados “cubanos- residentes”.
El hecho de que la ciudad fuera muy pequeña, no impedía sus múltiples divisiones y separaciones. Había una zona para los cubanos y otra para los técnicos extranjeros, casi todos soviéticos. Cada zona contaba con su respectiva escuela, tiendas, parqueos etc.; aunque, por supuesto, el centro comercial de los extranjeros estaba mucho mejor surtido que el de los “nativos”. Las zonas se dividían en áreas para “residentes” (los casados) y para “albergados” (los solteros) y estas áreas se subdividían a su vez en edificios y albergues de los distintos ministerios y empresas... ¿Facilito, verdad? Creo que lo único que escapaba a estas divisiones y subdivisiones era el policlínico, situado en el medio de la ciudad, no lejos de la antes mencionada Piscina de Pablito, el gran orgullo del movimiento olímpico local. Yo estaba catalogado como “cubano – albergado”; pero tenia relaciones de trabajo y de amistad con cubanos y soviéticos casados y solteros de casi todos los ministerios habidos y por haber, por lo que pude conocer la ciudad completa. Lo mismo iba a jugar dominó a casa de “cubanos –residentes” que veía el noticiero de la TV soviética con un amigo “extranjero –albergado”.
Desde el punto de vista técnico, este sistema de clasificación tenia un talón de Aquiles: Eva la checa. Nuestra querida colega del Departamento de Traducciones, llevaba tanto tiempo en Cuba que hablaba fluidamente el español con un inconfundible acento eslavo. No era posible ordenarla ni como cubana ni como extranjera. Por ser divorciada con hijos, no caía en la categoría de casada; pero tampoco de soltera. En fin "ni chicha ni limonà". Por esos los químicos de la planta, l a bautizaron cariñosamente como “la forastera de la tabla periódica”.
Los soviéticos (ahora se le dice “rusos” de nuevo) eran extranjeros “de verdad” y por tanto dueños y señores de la parte más privilegiada de la ciudad. Sin embargo, para ellos el hecho de denominar “Ciudad Nuclear” a aquel conjunto de cuarenta edificios de concreto, apilados con pésima arquitectura y peor terminación, les parecían demasiado pretencioso y por eso la llamaban simplemente el “paseolok”, que en ruso significa “aldea”.
Nuestra aldea - ciudad tenía una posición geográfica privilegiada y cierto encanto turístico, pues ofrecía un paisaje envidiable en los días en que el agua o el polvo no hacían sus estragos. Ubicada cerca del Castillo de Jagua, en la desembocadura de la Bahía de Cienfuegos, en el centro de la costa sur de Cuba, la ciudad tenía como contraparte al hotel y la playa de Pasacaballo, situados en la otra orilla. Durante largos años se proyectó diseñó y discutió la construcción de un super puente entre ambos lados de la desembocadura de la bahía y así quedaban “unidos para siempre” la CEN y Pasacaballos en un matrimonio sui génesis. Desconozco si dichas nupcias nunca llegaron a consumarse por razones político-económicas, estratégico-militares o católico-sexuales. El caso es que a pesar de figurar ya en algunos mapas turísticos, dicho puente jamás llegó a concretizarse, para gran beneplácito de los barqueros, que igual que cuatro siglos atrás, circulan entre ambos lados de la desembocadura transportando personas y cargas desde que a los colonizadores españoles se les ocurrió la brillante idea de construir la inexpugnable fortaleza de Fernandina de Jagua en honor al rey Felipe de España y llevaban a sus caballos a en botes a pastar a la otra orillas. Así surgió el nombre de Pasacaballo. Desde entonces es mucha el agua que ha caído y los charcos que se han formado; pero los barqueros siguen luchando contra viento y marea, sobreviviendo a los ataques de piratas y de reactores nucleares.
Como siempre, fue Eva la checa con su inconfundible acento eslavo, quién mejor pudo definirme la vida en la Ciudad Nuclear:
- Tu sabes lo que es, yo salir ayer muy cansada del trabajo, llegar a la ciudad y tener que estar dos horas haciendo cola, con tremendo sol, para coger bistec de tilapia y el pollo de dieta en la carnicería. Cuando me llega el turno, decirme el carnicero que ya eran las 7 de la noche y por eso, él cerrar en mi cara la puerta de la tienda.
¡Oye, eso es maricon`á!
Octubre de 1998