Sunday, August 15, 2004

RÉQUIEM POR UNA REINA

Era la noche del sábado en Ibiza, la isla del Mediterráneo donde el día y la noche se suceden por mera formalidad, pues la fiesta no cesa las 24 horas. Yo caminaba despacio por las aceras del centro de la alegre ciudad donde toda Europa viene a divertirse; sin embargo, por dentro me acompañaba una estela de tristeza. Al llegar a Ibiza mis ánimos no estaban muy bien, pero pronto mi pesar se disolvió en el salitre y la brisa del mar, el sol de la playa y la compañía de buenos amigos. Ya me separa más de un año de aquel paseo nocturno, pero aún conservo en mi memoria la causa de mi nostalgia de entonces. Esa misma semana, había cerrado sus ojos para siempre uno de los grandes mitos de la música cubana: Celia Cruz. El corazón de la Guarachera de Cuba había dejado de latir y todos habíamos perdido un talento insustituible. Pese a vivir a miles de kilómetros de ella y haberla visto cantar en vivo una sola vez, durante un concierto en Hamburgo, sentía que me faltaba algo y que también un pedacito de mi alma se marchitaba. Su voz pícara e inconfundible había acompañado mis días de regocijo y mis horas de tristeza. La historia de Celia es muy singular. Nació en el barrio habanero de Lawton, y al ganar un concurso para nuevos talentos llamado “La hora del té”, comenzó a cantar profesionalmente. En 1950 se incorporó como cantante a la Sonora Matancera y luego del triunfo de la Revolución Cubana de 1959, emigró a México junto con toda la orquesta, para luego pasar en 1961 a los Estados Unidos. Más tarde siguió su carrera como solista al lado del famoso Tito Puente y en 1973 dio en Nueva York el gran salto hacia la fama. En los años siguientes coleccionó grandes éxitos en América del Norte y del Sur, en Europa y hasta en lejanos rincones del Asia. Ya era la Reina de la Salsa y pasó a formar parte del estrecho círculo de las superestrellas en el mundo del espectáculo. Tanto dentro como fuera de la isla, su grito de ¡Azúcaaar! se convirtió no solo en su inconfundible carta de presentación, sino también en un símbolo de cubanía que transmitía la alegría de vivir a millones de admiradores por todo el orbe. Grabó más de 70 álbumes, obtuvo 15 nominaciones a los premios Grammy e hizo varias incursiones en el cine y la TV. Un tramo de la famosa calle 8 de Miami lleva su nombre y hasta posee una estrella en el paseo de la fama de Hollywood. Celia obtuvo, además, el Doctorado Honorario en Música y recibió de manos del propio presidente Clinton el National Enddowement for the Arts, la más alta condecoración cultural que otorgan los Estados Unidos. Poco antes de morir ganó también el Grammy Latino con la canción La negra tiene tumba'o. ¡Y claro que tenía tumba'o la negra! En un impresionante concierto a cielo abierto efectuado en Italia para recaudar fondos para los niños de Afganistán, Pavarotti la invitó para cantar a dúo La Guantanamera. Pero a la mitad de la canción, el mundialmente admirado cantante prefirió callarse y dejar a la cubana interpretar sola la conocida melodía cubana. El gran tenor italiano no podía llevar a la par de Celia el mismo nivel de gracia y sandunga para una composición tan caribeña. Al terminar, el público de todo el anfiteatro aplaudía de pie a la risueña artista. En Yo viviré, otra de sus últimas canciones, Celia nos dice a modo de testamento musical: Yo viviréallí estarémientras pase una comparsacon mi rumba cantaré…y cuando suene una guarachacuando suene un guaguancóen la sangre de mi puebloen su cuerpo estaré yo. Mientras caminaba por Ibiza sumergido en estos pensamientos, me fijé en un grupo de jóvenes vestidos con ropas de discoteca que caminaban delante de mí. Sus edades no sobrepasaban los 25 años, y en el aire flotaba una risa contagiosa y un olor a vacaciones de verano. Seguramente irían a parrandear a uno de los grandes espectáculos que preparaban los clubes de la ciudad y a bailar hasta el amanecer con los contagiosos ritmos de la isla. De repente se detuvieron delante de una heladería y empezaron a mirar con gran insistencia al interior del local. Me llamó aún más la atención que ninguno de ellos compraba helados. Estaban como petrificados en la puerta del negocio. Pronto comprendí que lo que les interesaba tanto era algo que estaban transmitiendo en ese momento en un televisor de pared del lugar. Me aproximé a mirar lleno de curiosidad pensando que se trataba de algún concierto de rock de uno de los canales musicales o alguna noticia especial de la televisión española. Pero me equivocaba. Cuando me acerqué mi sorpresa no tuvo límites. Lo que ellos observaban inmutados era la retransmisión de una actuación de Celia Cruz en el programa español Noche de fiesta, en el que la artista cantaba acompañada por un gran ballet en un fantástico teatro. Estaba entonando precisamente la canción Yo viviré. Pese al bullicio habitual de las céntricas calles de Ibiza, dentro del local nadie articulaba una palabra. Todos, incluyendo los jóvenes recién llegados, miraban hipnotizados la pantalla del televisor. Cuando Celia terminó de cantar, estalló un aplauso en el recinto como si hubiera sido un concierto en vivo, y alguna que otra lágrima sentida salió de las pupilas de los presentes mientras la locutora del programa anunciaba el entierro de la solista al día siguiente. El grupo de fiesteros siguió su camino y yo me acerqué a ellos a preguntarles si eran cubanos, y por qué se habían detenido a mirar el programa si andaban en un ambiente de discoteca, donde la música es tan distinta. Una de las chicas del grupo me contestó: —La música de hoy nunca hubiera sido posible sin la música del ayer. La una es la consecuencia de la otra. Somos españoles, nos gusta mucho el rock y lo que oigo en mi casa es techno, pero también admiramos mucho a Celia por su carisma y por su talento. “Claro que vivirás Celia —pensé—. ¡No puede ser de otra manera! Leyendas como tú nunca mueren. Has dejado de ser humana para convertirte en canción. Vivirás porque has pasado junto con Rita Montaner y el Benny Moré al Olimpo de los inmortales. Dondequiera que esté rondando tu alma de rumbera incansable, tu voz seguirá escoltando mis penas y alegrías.” Me despedí del grupo mientras en mis oídos aún resonaban los acordes de Yo viviré… y me perdí en la noche del sábado de Ibiza.

Agosto 2004